jueves, 3 de junio de 2010

TRAMA PERÚ, HERENCIA TEXTIL

RESCATE DE LA ICONOGRAFÍA CAJAMARQUINA

En la época del señorío de Cuismanco en Cajamarca había un ídolo o huaca de los tejedores llamada Guaillo, con un adoratorio en la provincia de Cajabamba, a donde llegaron los frailes agustinos para destruir adoratorios, allí los indios la adoraban cuando hilaban la ropa del inca Huayna Capac y le ofrecía cuyes y untaban la peña con sangre, le ofrecían también huesos y torteros, husos y cuernos con los que hacían la ropa y cumbi (tejido muy fino), otra huaca denominada Quispeguayanay la adoraban para que las tinturas saliesen y le hacían grandes fiestas y le ofrendaban ropa ( Silva Santisteban)

Con la dominación incaica, Cajamarca tuvo una población de unos 25,000 habitantes entre funcionarios acllas, orfebres, ceramistas yanaconas y sobre todo tejedores, convirtiéndose en unos de los más importantes centros manufactureros de textiles del Tahuantinsuyo con los que el estado retribuía dones a sus servicios, especialmente a los guerreros.

Al llegar los españoles Cajamarca en 1532, les sorprendió la enorme cantidad de tejidos de lana y algodón que hallaron almacenados en las casas, estas noticias de los primeros cronistas, nos dan idea de la magnitud de la tradición textil prehispánica sobre la cual se establecieron los obrajes en Cajamarca pues al desestructurarse la organización social, política, religiosa y económica incaica, se enfatizó la explotación minera, agrícola, ganadera y de servicios públicos con la mano de obra forzada de los indígenas, en beneficio de las nuevas autoridades españolas.

En este contexto se fundaron los obrajes: "El primer obraje que se fundó en la doctrina y provincia de Cajamarca fue el de Jordana Mejía, esposa del comendador Melchor Verdugo, a quien por su participación en la conquista y pacificación del Perú concedióle el Gobernador don Francisco Pizarro, en 1553, a nombre de S.M., la vastísima encomienda de Cajamarca con sus siete guarangas y todos sus indios principales... posteriormente Doña Jordana fundó otro obraje en Porcón, a tres leguas escasas de Cajamarca, el que antes de su muerte hizo donación a los indios. En el interior de cada obraje se encontraban todos los instrumentos que servían para la fabricación de las diversas telas... muchos obrajes presentaban el aspecto realmente fabril de las grandes factorías, pues en algunos trabajaban hasta cuatrocientos operarios". (Silva Santisteban 1988).

En el siglo XVII, ya existían más de 35 obrajes en Cajamarca, sin contar los "chorrillos" o pequeños obrajes. A principios del siglo XVIII, la provincia y Corregimiento ya era uno de los principales centros textiles del Virreinato, gracias también al suave relieve geográfico y a la abundancia de pastos, que permitieron la crianza de por lo menos 350 mil ovejas. La elevada producción de frazadas, paños, pañetes, bayetas y jergas de lana, sombreros, sayales o telas burdas para alforjas, tocuyos de algodón (que se cultivaba en valles calientes, como Condebamba, San Pablo, el Marañón y en la región yunga) se transportaba a Lima, Guayaquil y Panamá.

Cuando la Corona concedió permiso a ingleses y franceses para comerciar con las colonias, los obrajes entraron en crisis, más aún cuando el vestir de los nobles -ropa importada y muy costosa, como sedas, terciopelos, brocados, paños y linos- era imitado por los plebeyos y criollos, quienes encargaban telas a la península en desmedro de los productos de los obrajes, que no podían competir ni en calidad ni en precio con los extranjeros. En consecuencia, las prendas elaboradas en los obrajes pasaron a cubrir sólo la demanda de las provincias y de las zonas rurales.

Paralelamente, en el Virreinato hubo una delicada y notable producción de piezas decorativas y funcionales, como tapices y alfombras que se tendían al pie de los altares de las iglesias y capillas, en los pasillos o en los estrados de las salas y comedores de las casonas, conventos y haciendas. En la decoración se apreciaban motivos florales y animales, como leones, pájaros y águilas de dos cabezas, símbolos de la religión católica, escudos y blasones nobiliarios con elementos occidentales y americanos en los que predominaron los teñidos fuertes en azul, amarillo, verde, rojo, palo de rosa, marrón, morado, blanco carmesí y negro. También fue importante la confección de frazadas, cojines y pies de cama. Algunas de estas piezas aún existen en conventos, iglesias y casonas cajamarquinas pero necesitan de una conservación adecuada.

En la República, con la industrialización y la modernización de la capital y de los principales centros urbanos del país, se acentuaron las distinciones en las indumentarias de los nuevos grupos sociales, diferencias que también se extendieron a la elaboración de piezas y ornamentos religiosos. Así, las clases dominantes occidentalizaron más sus vestimentas, pero las indígenas continuaron vistiendo sus trajes como en la colonia e incorporaron la lana de oveja, de la llama y el algodón a la textilería nacional. Los colores de las anilinas importadas a partir de 1860 se combinaron con los tintes naturales, cuyo uso ya estaba extendido por entonces.

Frente a las producciones textiles del arte oficial de las ciudades, el arte popular textil daba rienda suelta a una libertad que enriquecía sus manifestaciones regionales con expresiones de las estructuras andinas. En Cajamarca, el uso de la manta o pullo, del poncho y de las fajas fueron "y continúan siendo" un distintivo de pertenencia a cada provincia, un símbolo de identidad étnica.

En la actualidad, la trama y urdimbre de la amplia variedad de textiles que se elaboran en las comunidades tejedoras de las provincias de Cajamarca, expresan no solo los distintos usos y funciones sociales, sino que también definen en gran medida su mundo material y espiritual, las estructuras simbólicas de una cultura vigentes desde tiempos inmemoriales.

La textilería tradicional de Cajamarca utiliza los rudimentarios telares de madera que son de cintura (callua) y a pedal (de origen europeo), con los cuales se entretejen los hilos para producir una tela plana con fibras naturales de lana de ovino, algodón o con fibras industriales.

La mayor producción artesanal está destinada al autoconsumo: ponchos, fondos, mantas, frazadas, asientos, colchas, alforjas, chales, bayetas y jergas, entre otros. De acuerdo a cada provincia, se aplican determinadas técnicas de tejidos y productos para lograr diseños y colores propios. Tejer es una labor plena de afectividad porque el tejedor aprendió el arte de sus padres y abuelos y también es una forma de reproducir el entorno cultural y natural y el mundo interior.

“Si bien es cierto que la tradición textil cajamarquina es precolombina, no es tan ancestral como en el Sur Andino; lo que sí encontramos actualmente en vigencia es la tecnología y estilo que datan de 200 a 300 años atrás. Una de las tareas más urgentes en la visión de rescatar las artes populares de Cajamarca es la recuperación de los diseños, tintes y telares tradicionales, inspirándose en los trabajos que se realizan en Chota y sus alrededores. Los artesanos de Chota podrían ser unos extraordinarios asesores, maestros dispuestos a transmitir sus conocimientos para perpetuar una tradición textil que es tan rica y variada" (Mari Solari).

Autor: Marcela Olivas Weston
Textilería de Cajamarca, edición 21
Revista “Bienvenida”-Turismo cultural del Perú

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